El cuerpo humano está compuesto en su mayor parte de agua; siempre he pensado que, algunas personas, estamos compuestas de agua de Mar.
Esta particularidad nos lleva a la necesidad física de estar en contacto con el Mar de forma casi permanente, volviendo siempre a su interior, a la ingravidez azul.
En mi caso lo tuve claro desde muy corta edad, cuando por mi quinto cumpleaños me regalaron un equipo básico de aletas, gafas y tubo con el que aprendí a asombrarme ante la vida que veía bajo la superficie del Mar. Al poco, tuve mi primera cámara, y si bien no era anfibia, me inició en los rudimentos de este arte.
Han pasado ya muchos (¡demasiados!) años, y he tenido la suerte de visitar muchos mares con mis cámaras, y poder compartir mis experiencias a través de la publicación de artículos y reportajes en la revista Buceadores. Pero nunca dejo de maravillarme cada vez que miro bajo la superficie del Mar, cada vez que paso al otro lado del espejo...
¿Me acompañas?